UN CUENTO DE SOBRE LIBROS
Érase una vez...
Se estaba celebrando
la semana de el libro.
Y, un colegio
lo celebraba de manera especial:
Habían preparado
pequeñas obras de teatro
en las que se resaltaba
la idea "libro".
Y, la metodologia
era una cosa, así,
llamada "café concert",
que eran unas mesas
colocadas con cinco sillas,
y las mesas vestidas,
al igual que las sillas, de coberturas verdes.
Y, lo primero, que uno se imaginaba
era estar a las orillas del rio
que atraviesa Paris,
el rio Sena,
teniendo de fondo
a la misma Torre Eiffel.
Se trataba, simplemente,
de una exquisita actividad de la imaginación.
Y, sonaba, de fondo,
una música venezolana:
en ese momento era Gualberto Ibarreto que cantaba la cerecita:
-- cerecita...cerecita...
-- Cerecita me llamamos
en nuestra tierra de Oriente.
A pesar de que eres buena y de un sabor exquisito
Nadie siembra tu semilla, nadie riega tu arbolito.
Larayla Laray Larayla, Larayla Laray Lara.
Y, el ambiente era bonito.
A pesar de que eres buena y de un sabor exquisito
Nadie siembra tu semilla, nadie riega tu arbolito.
Larayla Laray Larayla, Larayla Laray Lara.
Y, el ambiente era bonito.
Y, en donde estaban las mesas
estaba sentado Don Quijote de la Mancha,
estaba todo vestido de blanco,
y su lanza, que era un palo de escoba,
tenía en papel aluminio la punta afilada.
Y, su casco de caballero andante
le daba mucha elegancia:
Era el caballero andante,
el de la triste figura,
como lo bautizara Sancho Panza.
En eso pasó una muchacha
toda vestida de muchacha española.
Vestida de rojo en combinación.
Y, era, nada más,
y nada menos, que Dulcinea del Toboso.
Era inmejorable aquel momento:
Era la semana del libro.
Y, era la imaginación,
que es lo más importante de del libro.
Y, ahí, estaba yo.
También estaba de invitado.
También de participante.
Y, colorin-colorado;
este cuento se ha acabado.
Fin.
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