UN CUENTO DE PENTECOSTÉS
P. Daniel Albarrán
Érase una vez...
Domingo de Pentecostés.
Muy temprano en la mañana,
después del rezo de los laudes,
me dispuse a leer las lecturas
de la misa del día.
Lápiz en mano
y cuaderno para tomar notas,
y para aprender-desaprendiendo,
me dediqué a eso.
Entonces, eran dos relatos
sobre el envío del Espíritu Santo.
En el Evangelio de San Juan:
-- Los apóstoles estaban reunidos
-- a puertas cerradas
-- (asustados, supongo yo)
-- Era Domingo
-- El mismo día de la resurrección.
Jesús:
-- entra donde están ellos.
-- se pone en medio
-- les dice:
-- La paz esté con ustedes.
Aquí, la cosa se pone interesante, porque:
-- ellos estaban asustados, por una parte.
-- Por otra parte, estaban confundidos.
Confundidos, porque:
-- las mujeres que fueron al sepulcro,
-- encontraron el sepulcro vacío.
-- también, Pedro y Juan que habían ido corriendo, encontraron el sepulcro vacío.
Y, aún, así, decían, que,
Jesús estaba vivo.
Unos que iban a Emaús,
que se regresaron, también, dijeron,
que estaba vivo.
Entonces:
¿Vivo; o muerto?
¿A quién creer?
Eso los confundía.
Y, como esa era la confusión,
Jesús, apenas se presenta, dice:
-- La paz con ustedes.
-- Y, endiciendo lo mismo, en la
segunda vez,
les enseña las manos
y el costado.
O, sea, estuve crucificado.
Miren las marcas de los clavos.
Pero, eso ya no.
Estoy vivo:
Soy yo.
Y, esa es la paz.
O, sea, chao, adiós
a la confusión.
Estoy vivo. Es verdad.
Ellos, entonces, se alegraron.
Y, los mandó soplando sobre ellos el Espíritu Santo, con
esta finalidad:
Perdonar pecados.
Y, la otra lectura del día era
la de los Hechos de los Apóstoles.
Y, colorin-colorado; este cuento se ha acabado.
Fin
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